jueves, 27 de octubre de 2011

48. Granjero busca esposa


El canto de Polifemo

Teócrito, Idilios, XI

Ninguna medicina cura el mal de amores,
Nicias, ningún ungüento, creo yo, ningún emplasto;
Las Piérides tan solo: hay una dulce y suave
que a todos da remedio, no fácil de encontrar.
Yo sé que la conoces, tú que eres buen médico
amén de favorito entre las nueve Musas.
Así al menos halló alivio nuestro Cíclope,
el viejo Polifemo, cuando por las mejillas
y el mentón la barba apenas le apuntaba
y se enamoró de la bella Galatea.
Su amor no era cosa de manzanas ni de rosas
ni rizos del cabello, sino ataques de furia.
Nada le importaba. Muchas veces al redil
solas del verde prado volvieron sus ovejas.
Y él se consumía cantando a Galatea
desde el amanecer por la ribera algosa,
con la más cruel herida dentro de su corazón,
el dardo de Afrodita clavado en las entrañas.
Mas encontró el remedio, y en una alta piedra
mirando el mar sentado esta canción cantaba:
“Oh blanca Galatea, ¿por qué rechazas mi amor,
tú que eres más blanca que la leche cuajada,
más tierna que un cordero, más fresca que un eral,
más lustrosa que las uvas antes de madurar?
Te presentas cuando el dulce sueño me toma,
te marchas cuando el dulce sueño me abandona,
huyes como la oveja que ha visto un lobo cano.
Me enamoré de ti, muchacha, el mismo día
que aquí con mi madre viniste a recoger
del monte unos jacintos, y yo fui vuestro guía.
Desde entonces no puedo dejar de contemplarte,
pero de nada sirve, oh Zeus, de nada sirve.
Yo sé, bella zagala, por qué huyes de mí;
la causa es esta ceja que me llena la frente,
larga y puntiaguda, de oreja a oreja,
y el ojo que hay debajo, y la chata nariz
encima de la boca. Pero siendo así
un millar de ovejas apaciento, y me bebo,
cuando las ordeño, la mejor leche que dan.
No me falta el queso en verano ni en otoño
ni en el crudo invierno: siempre los zarzos llenos.
Y toco la zampoña mejor que ningún Cíclope:
cuántas veces te canto en la noche oscura,
dulce manzana mía, y a mí mismo me canto.
Y once cervatillos con collar te estoy criando
y dos pares de oseznos. Ea, ven junto a mí,
no te haré ningún daño, deja que rompa el mar
verde en la playa; tú pasarás más a gusto
la noche en mi gruta, que hay allí laureles,
hay esbeltos cipreses, hay la yedra sombría
y frutos dulces da una parra, y agua fresca,
bebida de los dioses que a mí el Etna frondoso
me envía de su blanca nieve. ¿Quién querría
en vez de todo esto pedir las olas del mar?
Si acaso te parezco muy peludo, en cambio
de encina tengo leña y bajo las cenizas
inextinguible fuego: quemar me dejaría
el alma por tus manos y este solo ojo
que es lo que más quiero. ¿Por qué no con agallas
me parió, ay, mi madre, que hasta ti pudiera
llegar bajo las aguas y besarte la mano,
si no quieres los labios, llevarte lirios blancos
y tersas amapolas de encarnados pétalos?
Aprenderé a nadar, muchacha, ahora mismo;
si a bordo de un navío un extranjero arriba
sabré por qué al fondo del mar vivir prefieres.
Sal, Galatea, y olvídate cuando estés fuera,
como yo aquí sentado, de volver a tu casa.
¡Si quisieras conmigo venirte de pastora
y ordeñar la leche y el acerbo cuajo
repartirlo a modo y encellar el queso!
Mi madre es la única que me hace daño
nunca jamás te dijo algo amable de mí,
y eso que un día tras otro ve cómo adelgazo.
Le diré que va a estallarme la cabeza,
que siento en los pies punzadas. Que se aflija
como yo me aflijo. ¡Ay, Cíclope, Cíclope!,
¿por dónde tu cabeza vuela? Demostrarías
mucho conocimiento si a urdir cestos te fueses,
si ramón de olivo a las ovejas dieras.
Ordeña a la que tienes a tu lado; ¿por qué persigues
a la que intenta huir? Otra encontrarás
igual que Galatea y aun más guapa que ella.
Mozas muchas me invitan por las noches a jugar
y todas se sonríen cuando les hago caso.
En tierra está claro que aparento ser quien soy”.
Guardaba Polifemo cantando así a su amada
y mejor que gastando el dinero lo pasaba.


47. Égloga I


MEL. Tú, Títiro, a la sombra descansando
desta tendida haya, con la avena
el verso pastoril vas acordando.

Nosotros, desterrados; tú, sin pena,
cantas de tu pastora, alegre, ocioso,
y tu pastora el valle y monte suena.

TÍT. Pastor, este descanso tan dichoso
dios me le concedió, que reputado
será de mí por dios aquel piadoso,

y bañará con sangre su sagrado
altar muy muchas veces el cordero
tierno, de mis ganados degollado.

Que por su beneficio soy vaquero,
y canto, como ves, pastorilmente
lo que me da contento y lo que quiero.

MEL. No te envidio tu bien; mas grandemente
me maravillo haberte sucedido
en tanta turbación tan felizmente.

Todos de nuestro patrio y dulce nido
andamos alanzados; vesme agora
aquí cuál voy enfermo y dolorido,

y guío mis cabrillas. Y esta que hora
en medio aquellos árboles parida,
¡ay!, con lo que el rebaño se mejora,

dejó dos cabritillos, dolorida,
encima de una losa, fatigado,
de mí sobre los hombros es traída.

¡Ay triste!, que este mal y crudo hado,
a nuestro entendimiento no estar ciego,
mil veces nos estaba denunciado.

Los robles lo decían ya con fuego
tocados celestial, y lo decía
la siniestra corneja desde luego.

Mas tú, si no te ofende mi porfía,
declárame, pastor, abiertamente
quién es aqueste dios de tu alegría.

TÍT. Pensaba, Melibeo, neciamente,
pensaba yo que aquella que es llamada
Roma no era en nada diferente

de aquesta villa nuestra acostumbrada,
adonde las más veces los pastores
llevamos ya la cría destetada.

Así con los perrillos los mayores,
así con las ovejas los corderos,
y con las cosas grandes las menores

solía comparar; mas los primeros
lugares, con aquella comparados,
son como dos extremos verdaderos,

Que son de Roma ansí sobrepujados,
cual suelen del ciprés, alto y subido,
los bajos romerales ser sobrados.

MEL. Pues di: ¿cuál fue la causa que, movido,
a Roma te llevó? TÍT. Fue libertarme;
lo cual, aunque algo tarde, he conseguido.

Que, al fin, la libertad quiso mirarme
después de luengo tiempo, y, ya sembrado
de canas la cabeza, pudo hallarme;

Después que Galatea me ha dejado,
y soy de la Amarilis prisionero,
y vivo a su querer todo entregado.

Que en cuanto duró aquel imperio fiero
en mí de Galatea, yo confieso
que ni curé de mí ni del dinero.

Llevaba yo a la villa mucho queso;
vendía al sacrificio algún cordero,
mas no volvía rico yo por eso.

MEL. Y esto fue aquel semblante lastimero
que tanto en Galatea me espantaba;
esto por qué llamaba al cielo fiero.

Esto por qué tristísima dejaba
la fruta sin coger en su cercado,
pues Títiro, su bien, ausente estaba.

Tú, Títiro, te habías ausentado,
los pinos y las fuentes te llamaban,
las yerbas y las flores de este prado.

TÍT. ¿Qué pude? Que mil males me cercaban,
y allí para salir de servidumbre
los cielos más dispuestos se mostraban.

Que allí vi, Melibeo, aquella cumbre,
aquel divino mozo por quien uno
mi altar en cada mes enciende lumbre.

Allí primero dél que de otro alguno
oí: «Paced, vaqueros, libremente,
paced como solía cada uno».

MEL. Por manera que a ti perpetuamente
te queda tu heredad, ¡oh bienhadado!,
aunque pequeña, pero suficiente.

Bastante para ti demasiado,
aunque de pedregal y de pantano
lo más de toda ella está ocupado.

No dañará el vecino grey mal sano
con males pegadizos tu rebaño,
dejando tu esperanza rica en vano.

No causará dolencia el pasto extraño
en lo preñado dél, ni en lo parido
las nunca usadas yerbas harán daño.

Dichoso poseedor, aquí tendido
del fresco gozarás, junto a la fuente
a la margen del río do has nacido.

Las abejas aquí continamente,
deste cercado hartas de mil flores,
te adormirán sonando blandamente.

Debajo la alta peña sus amores
el leñador aquí, cantando al viento,
esparcirá, y la tórtola dolores.

La tórtola en el olmo haciendo asiento
repetirá su queja, y tus queridas
palomas sonarán con ronco acento.

TÍT. Primero los venados las tendidas
lagunas pacerán, y el mar primero
denegará a los peces sus manidas,

Y beberá el Germano y Parto fiero,
troncando sus lugares naturales,
el Albi aquéste, el Tigri aquél, ligero;

Primero, pues, que aquellas celestiales
figuras de aquel mozo, de mi pecho
borradas, desparezcan las señales.

MEL. Nosotros pero iremos con despecho,
unos, a los sedientos Africanos,
otros, a los de Scitia, campo estrecho,

Y otros a los montes y a los llanos
de la Creta, y del todo divididos
de nuestra redondez a los Britanos.

Después de muchos días ya corridos,
¡ay!, si avendrá que viendo mis majadas,
las pobres chozas, los paternos nidos;

Después de muchas mieses ya pasadas,
si viéndolas diré maravillado:
¡Ay, tierras, ay, dolor, mal empleadas!

¿Tan buenas posesiones un soldado
maldito, y tales mieses tendrá un fiero?
¡Ved para quién hubimos trabajado!

Ved a qué miserable y lastimero
estado a los cuitados ciudadanos
condujo el obstinado pecho entero.

Ve, pues, ¡oh Melibeo!, y con tus manos
en orden pon las vides, y curioso
enjiere los perales y manzanos.

Andad, ganado mío, ya dichoso;
dichosas ya en un tiempo, id, cabras mías,
que ya no cual solía, alegre, ocioso,

No estando ya tendido en las sombrías
cuevas, os veré lejos ir paciendo,
colgadas por las peñas altas, frías.

No cantaré; ni yéndoos yo paciendo,
vosotras ni del cítiso florido,
ni del amargo sauce iréis cogiendo.

TÍT. Podrías esta noche aquí tendido
en blanda y verde hoja dar reposo
al cuerpo flaco, al ánimo afligido.

Y cenaremos bien, que estoy copioso
de maduras manzanas, de castañas
enjertas, y de queso muy sabroso.

Y ya las sombras caen de las montañas
más largas, y convidan al sosiego;
y ya de las aldeas y cabañas

despide por los techos humo el fuego.

Virgilio, Églogas. Traducción de fray Luis de León

lunes, 24 de octubre de 2011

46. Comedias de Terencio


Andria. Simón quiere hacer casar a su hijo Pánfilo con filomena, la hija de Cremes, su mejor amigo. Pero Pánfilo ama a Gliceria, una muchacha venida de la isla de Andros y hermana de una célebre cortesana, mientras que la mano de filomena la ambiciona el joven Carino. A favor de los enamorados y contra los propósitos de Simón se emplea con astutas intrigas el esclavo de Pánfilo, Davo, verdadero protagonista de la comedia; todos sus esfuerzos resultarían, sin embargo, inútiles sin la revelación final de que Gliceria es en realidad la hija, perdida siendo aún niña en un naufragio, del propio Cremes. Superado el obstáculo de sus dudosos orígenes, Gliceria se casa con Pánfilo, y filomena con su amado Carino.
La suegra. El joven Pánfilo, enamorado de la cortesana Baquis, se ha unido a Filomena en matrimonio solo por obedecer a su padre Laques, y no quiere mantener relaciones con ella. Pero la ternura de la mujer conmueve a Pánfilo hasta tal punto que deja de pensar en Baquis y, en el momento de partir para un viaje de negocios, se da cuenta de que está enamorado de su mujer. Pero, durante su ausencia, Filomena deja la casa de sus suegros y regresa con su madre. Laques cree responsable de ello a su esposa Sóstrata, la suegra de la muchacha. Filomena, en realidad, debe dar a luz un hijo evidentemente engendrado antes del matrimonio. Pánfilo. A su vuelta, aun cuando ame a su mujer, no quiere que esta le sea restitutida. Los dos padres inculpan de todo a Baquis, que llega a casa de Filomena para garantizar que su relación con Pánfilo se ha terminado hace tiempo. En esto, la madre de Filomena ve en su dedo un anillo que perteneciera a su hija. Se descubre que el padre del hijo es el propio Pánfilo, quien, durante unas fiestas populares anteriores al casamiento, había abusado de Filomena sin conocerla.
Los adelfos. El austero Demea ha educado según rígidos principios tradicionales a su hijo Ctesifón, mientras que su otro hijo, Esquino, adoptado por su hermano Mición, lo ha sido con arreglo a criterios liberales, modernos. En contraste con la educación recibida, Ctesifón estrecha una relación con la cortesana Baquis; Esquino, para evitar a su hermano las iras de Demea, hace creer que no es otro que él mismo el amante de Baquis, pero en realidad proyecta casarse con Pánfila, una muchacha pobre que está a punto de darle un hijo. En las divergencias de opinión entre Demea y Mición sobre educación, los principios del primero parecen confirmados por la presunta depravación de Esquino, mas al final la verdad sale a relucir: al saber que Ctesifón, a quien había tomado por un modelo de virtud, es, en realidad, el verdadero disoluto, Demea se convierte a las ideas de su hermano y permite a su hijo tomar a Baquis como concubina; Esquino, por su parte, se casará con Pánfila con el consentimiento paterno.

45. Comedias de Plauto


Anfitrión. Júpiter, enamorado de Alcmena, ha adoptado el aspecto de su esposo Anfotrión, que ha partido para la guerra. Mientras se halla en el lecho de Alcmena, regresa Anfritrión con su esclavo Sosia. Mercurio, que vigila celosamente la casa bajo el disfraz de Sosia, llega a hacer dudar al verdadero Sosia de su propia identidad. Anfitrión, por su parte, comprende que Alcmena ha aceptado a algún otro en su lugar. Mas cuando la acusa de infidelidad, Júpiter explica la situación a su amada, le promete un hijo héroe e interviene en su ayuda deteniendo a Anfitrión con un rayo. Una doncella anuncia que Alcmena ha dado a luz dos gemelos, uno de los cuales, nacido de Júpiter, será Hércules. La voz del propio Júpiter, desde los cielos, aclara luego el engaño a Anfitrión, que se somete a la voluntad del padre de los dioses.
Menaechmi. La acción gira en torno a los equívocos que origina la confusión personal entre dos hermanos gemelos. Un mercader de Siracusa que ha ido a Taranto con uno de sus hijos gemelos, Menecmo, pierde a su niño entre la multitud y muere por ello de dolor. Menecmo, recogido por un mercader de Epidamno y criado por él, hereda sus riquezas y vive en Epidamno con una mujer celosa y una hermosa amante, Herocio. Su hermano, mientras tanto, llamado también Menecmo por su abuelo, se presenta en Epidamno y es confundido con el primer Menecmo por el parásito Penicolo, por Herocio y hasta por la propia mujer de su hermano. Menecmo “segundo” cree que la causa de sus incomprensibles aventuras es el hecho de haberle gustado a una cortesana (Herocio). Menecmo “primero”, en cambio, tiene que hacer frente a la furia desatada de una esposa celosa y de un suegro que lo tiene por loco. Finalmente, los dos hermanos se reconocen y deciden regresar juntos a Siracusa, una vez hayan vendido en pública subasta los bienes y también a la mujer de Menecmo “primero” (si son capaces de encontrar quien la compre).
Miles gloriosus. En Éfeso, el soldado Pirgopolinices, valentón y vanidoso, ha raptado a una muchacha, Filocomasia, que es amada por Plausicles. Para arrebatársela, Plausicles, con la ayuda de su amigo Periplecómeno y de su esclavo Palestrión, organiza una enrevesada burla, haciendo pasar a la cortesana Acroteleuzia como mujer de Periplecómeno pero enamoradísima de Pirgopolinices. Éste, convencido de haber hecho una conquista atractiva, despide a Filocomasia. Mientras, Periplecómeno, fingiendo indignación ante el atrevimiento de Pirgopolinices, hace que sus esclavos le den una paliza. Un cierto relieve tiene el personaje del parásito Artotrogo, maestro en hacer al perdonavidas de Pirgopolinices una relación de sus imaginarias e hiperbólicas cualidades.
Asinaria. Demenetes es un viejo vicioso y descarado, tiranizado por una esposa rica cuyo administrador, el esclavo Saurea, cuenta en su propia casa más que él. Su hijo Argiripo, enamorado de Filenia, necesita veinte minas para entregárselas a la madre de la muchacha, una rufiana sin escrúpulos. Con el auxilio de su padre y de los esclavos Líbano y Leónidas, Argiripo consigue, haciendo pasar a Leónidas por Saurea, el producto de la venta de ciertos asnos realizada por la madre. Pero esta, puesta sobre aviso por un amante desilusionado de Filenia, irrumpe en casa de la muchacha sorprendiéndose de encontrar de francachela tanto al marido como al hijo.
Aulularia. Euclión, un avaro que se hace pasar por muy pobre, encuentra un día una olla llena de oro debajo del hogar de su casa. A partir de ese momento pierde la paz por miedo a que la olla sea descubierta y robada. Su rico vecino Megadoro le pide por esposa a su hija Fedra y Euclión accede, aunque ignorando que Fedra, violada por un desconocido durante las fiestas en honor a Ceres, está esperando un hijo. El desconocido es Licónides, sobrino de Megadoro, que, al tener conocimiento de las próximas nupcias del tío, confiesa a Euclión su culpa, pidiendo a su vez por mujer a Fedra. Entre tanto Estróbilo, esclavo de Licónides, ha descubierto la olla y la ha robado, aunque está dispuesto a entregársela a su legítimo dueño a cambio de la libertad. Se ha perdido el final de la comedia.

44. Vivamos, amemos


Vivamus, mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum severiorum
omnes unius aestimemus assis.
soles occidere et redire possunt:
nobis, cum semel occidit brevis lux,
nox est perpetua una dormienda.
da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut nequis malus invidere possit,
cum tantum sciat esse basiorum


Vivamos, querida Lesbia, y amémonos,
y las habladurías de los viejos puritanos
nos importen todas un bledo.
Los soles pueden salir y ponerse;
nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera vida,
tendremos que vivir una noche sin fin.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta para ignorarla
y para que ningún malvado pueda dañarnos,
cuando se entere del total de nuestros besos.

43. El pájaro muerto


Lugete, o Veneres Cupidinesque
et quantumst hominum venustiorum!
passer mortuus est meae puellae,
passer, deliciae meae puellae,
quem plus illa oculis suis amabat:
nam mellitus erat suamque norat
ipsam tam bene quam puella matrem
nec sese a gremio illius movebat,
sed circumsiliens modo huc modo illuc
ad solam dominam usque pipiabat.
qui nunc it per iter tenebricosum
illuc, unde negant redire quemquam.
at vobis male sit, malae tenebrae
Orci, quae omnia bella devoratis:
tam bellum mihi passerem abstulistis.
o factum male, | o miselle passer,
tua nunc opera meae puellae
flendo turgiduli rubent ocelli.


Llorad, tanto Gracias y Cupidillos, 
como todos los hombres más sensibles. 
El gorrioncito de mi niña ha muerto, 
el gorrioncito, joya de mi niña, 
a quien amaba más que a sus ojitos; 
pues de miel era y conocía, como 
la hija conoce a su madre, a su dueña; 
nunca se apartaba de su regazo,  
sino que, saltando a su alrededor,  
piaba constantemente para su ama. 
Y ahora hace un camino de tinieblas, 
hacia un lugar de retorno prohibido. 
Sed malditas, malas sombras del Orco, 
que fagocitáis todo lo precioso; 
me arrancasteis este gorrión tan lindo. 
¡Oh, acción malévola!¡Oh, gorrión perdido! 
Ahora, por tu culpa, los ojitos 
hinchaditos de mi niña se encarnan.

42. Desgraciado Catulo


Miser Catulle. desinas ineptire
et quod vides perisse perditum ducas.
Fulsere quondam candidi tibi soles,
cum ventitabas quo puella ducebat
amata nobis quantum amabitur nulla.
Ibi illa multa cum iocosa fiebant,
quae tu volebas nec puella nolebat,
fulsere vere candidi tibi soles.
Nunc iam illa non vult; tu quoque impotens noli
nec quae fugit sectare nec miser vive,
sed obstinata mente perfer, obdura.
Vale puella, iam Catullus obdurat
nec te requiret nec rogabit invitam. 
At tu dolebis, cum rogaberis nulla,
scelesta, vae te, quae tibi manet vita?
quis nunc te adibit? cui videberis bella? 
quem nunc amabis? cuius esse diceris?
quem basiabis? cui labella mordebis?
At tu, Catulle, desinatus obdura.

Desgraciado Catulo, deja de hacer tonterías,
y lo que ves perdido, dalo por perdido.
Brillaron una vez para tí soles luminosos,
cuando ibas a donde te llevaba tu amada,
querida por ti como no lo será ninguna.
Entonces se sucedían escenas divertidas,
que tú buscabas y tu amada no rehusaba.
Brillaron de verdad para ti soles luminosos.
Ahora ella ya no quiere; tú, no seas débil, tampoco,
ni sigas sus pasos ni vivas desgraciado,
sino endurece tu corazón y mantente firme.
¡Adiós, amor! Ya Catulo se mantiene firme:
ya no te cortejará ni te buscará contra tu voluntad.
Pero tú lo sentirás, cuando nadie te corteje.
¡Malvada, ay de ti! ¡Qué vida te espera!
¿Quién se te acercará ahora? ¿Quién te verá hermosa?
¿De quién te enamorarás? ¿De quién se dirá que eres? 
¿A quién besarás? ¿Los labios de quién morderás?
Pero tú, Catulo, resuelto, mantente firme.

jueves, 13 de octubre de 2011

41. Comedias de Menandro

El misántropo. Cnemón, hombre de pésimo carácter, vive huyendo del prójimo, ocupado en cultivar su campo, con la sola compañía de su hija, mientras que su mujer se ha ido a casa de Gorgias, el hijo fruto de su primer matrimonio. El dios Pan, para ayudar a la muchacha, que lleva una vida llena de agobios, hace que se enamore de ella Sostrato, hijo del rico Calípides. Con la ayuda de su amigo Querea y del esclavo Geta, Sostrato hace todo cuanto puede para acercarse a la muchacha e inclusive se adapta a trabajar la tierra con el propósito de ganarse las simpatías de Cnemón. Obtiene éxito en su intento cuando ayuda a Gorgias, de quien se ha hecho amigo, a salvar a Cnemón, que ha caído en un pozo.

El arbitraje. Dos esclavos, Daos y Sirisco, mantienen un pleito. Daos confía a Sirisco un niño abandonado, pero se guarda para sí las joyas que el niño llevaba encima; Sirisco las reclama, y los dos se someten al juicio del honrado Esmícrines. Éste, dado que las joyas son del niño, decide que corresponden a Sirisco. Mientras, la hija de Esmícrines, Pánfila, ha sido repudiada por su esposo Carisio después de haber dado a luz ocultamente un niño de padre desconocido. Pero Onésimo, esclavo de Carisio, reconoce entre las joyas un anillo extraviado por su amo en la fiesta de Taurópolis, durante la cual había violado a una muchacha desconocida. Cuando el flautista Habrótono reconoce en Pánfila a la muchacha violada, Carisio es presa de remordimientos. Aquí se interrumpen los fragmentos.

40. Comedias de Aristófanes

Las ranas (405 a. C.).  Dionisos, dios del teatro, aquí representado como tímido y glotón, es un enamorado de Eurípides y quiere llevarlo de nuevo a la Tierra. Tras un coloquio con Heracles, ya experto en el viaje al Hades, se apresta a llevar a cabo su propósito en compañía de su esclavo Jantias. Una vez cruzado el río del infierno en la barca de Caronte y con el ensordecedor acompañamiento de un coro de ranas, llegan a los infiernos. Allí Esquilo y Eurípides se disputan el trono de la tragedia, teniendo a Dionisos por juez. Por más que Eurípides le parezca un gran sabio, Dionisos encuentra a Esquilo más convincente: pesados luego los versos de ambos con una balanza adecuada, el dios se decanta decisivamente por Esquilo. Las dos taberneras, el colérico portero de Plutón y el cordialísimo Plutón figuran entre los personajes que encuentran en el Hades.
Las nubes (423). Después de una noche de insomnio por las preocupaciones que le causan las deudas que ha contraído su hijo Fidípides, Estrepsíades decide tomar lecciones de sofística que le sean útiles para convencer a los más reacios de sus acreedores, Sócrates, quien vive muy cerca de allí, en su Pensatorio. Sócrates lo recibe colgado del techo en un cesto, y bajo los auspicios de las Nubes, las nuevas diosas de los sofistas, comienzan las lecciones; pero los resultados son tan mediocres que Estrepsíades es expulsado de la escuela. Las Nubes entonces le aconsejan que su hijo ocupe su puesto en la escuela. Después de un rápido aprendizaje, Fidípides sale un alumno tan aventajado que consigue alejar a sus acreedores. Sin embargo, poco después la emprende a palos con su padre, a quien le demuestra con la mism destreza dialéctica que lo hace por su propio bien. Estrepsíades, arrepentido de haber pedido ayuda a las Nubes, pide a Hermes que lo inspire, derriba con sus esclavos el Pensatorio, y le prende fuego.
Las avispas (422). El motivo conductor de la comedia es la polémica contra el demagogo Cleón, entonces en el poder. Filocleón es un viejo sediento de pleitos judiciales que preside como juez. Su hijo Bdlycleón, tras haber tratado por todos los medios de impedir que su padre participe en el diario sorteo de los jueces, lo convence para que haga de juez en su propia casa, y para ello le prepara en seguida un proceso: el perro del demos de Citadene acusa a Labes, perro del demos de Exone, de haber robado queso siciliano (una alusión al proceso contra la hechicera Laques). Bdlycleón enternece a su padre mostrándole los cachorros del acusado y a la fuerza le arranca la absolución. Pero el viejo está todo menos convencido de ello. La comedia concluye con un banquete en el que Filocleón se exhibe en una danza grotesca. Las avispas son sus semejantes que acuden en tropel a los tribunales.
Lisístrata (411). La ateniense Lisístrata ha convencido a las mujeres de Atenas, Esparta, Corinto y Beocia, cansadas todas ellas de las continuas guerras, para que se nieguen a mantener relaciones sexuales con sus maridos mientras estos no logren la consección de la paz. Las mjeres atenienses, encabezadas por Lisístrata, han bloqueado la entrada de la Acrópolis y el acceso al tesoro que allí se halla custodiado. Rechazan los ataques de un grupo de ancianos y de un amenazante mandatario, pero la habilidad y la firmeza de Lisístrata corren el riesgo de resultar inútiles debido a la sensibilidad demostrada por las mujeres delante de las carantoñas de sus esposos. Sin embargo, finalmente, son los hombres los que se ven obligados a ceder. Conseguida la paz, es celebrada con un festín la reconciliación de los helenos. Entre las vivaces protagonistas cabe destacar a la espartana Lampito y a Mirrina.
La asamblea de las mujeres (392). Las mujeres de Atenas, con Praxágora, mujer de Blepiro, a la cabeza, disfrazadas con las ropas de sus maridos, ocupan la asamblea hasta el amanecer, dejando pocos puestos para los hombres, que se han despertado tarde. Poco después, el vecino Cremete cuenta a Blepiro que unos desconocidos ciudadanos, pálidos como unos andrajosos, han confiado el gobierno de la ciudad a las mujeres. Con el nuevo gobierno, explica luego Praxágora a Blepiro, todo estará bajo el régimen de la comunidad de bienes, tanto dinero como enseres y mujeres. Es más, para evitar desigualdades, antes de poseer a una mujer bella un hombre deberá yacer con una vieja o una fea. Y para las mujeres un viejo deberá valer tanto como un apuesto joven. La disputa entre tres horribles viejas por la posesión de un jovenzuelo venido a visitar a su enamorada muestra poco después las virtudes y los defectos del régimen. La celebración de un fantástico banquete pone punto final a la obra.

domingo, 9 de octubre de 2011

39. Tragedias de Eurípides

Medea (431). Jasón, con el fin de casarse con la hija de Creonte, rey de Corinto, ha abandonado a Medea, la hechicera que lo ayudó a conquistar el toisón de oro y que le dio dos hijos. Creonte intima a Medea para que abandone cuanto antes Corinto. Una charla con Jasón aumenta la cólera de la hechicera, que, afectando resignación, decide el exterminio de su rival y de sus propios hijos. Manda como presentes vestidos empapados de veneno a la hija del rey, la cual muere entre horribles espasmos junto a su padre, que trata en vano de socorrerla. Jasón acude al lado de sus hijos, pero ante sus aterrados ojos aparece Medea sobre un carro alado con los cadáveres de los niños recién asesinados. Los conducirá al santuario de Hera, para sepultarlos lejos de Jasón y de la venganza de los corintios.
Hipólito (428). Hipólito, hijo de Teseo, venera a Artemisa y se despreocupa de Afrodita: ofendida, la diosa hace que se enamore perdidamente de él su madrastra Fedra. Conmovida por la desesperación de Fedra, su nodriza le confía a Hipólito la causa de los males de la madrastra. Ello origina el epílogo fatal: Hipólito, ferozmente casto, impreca sin piedad contra Fedra. Ésta pone fin a su vida pero, al propio tiempo, prepara su venganza. Teseo, a su regreso de un viaje, encuentra en manos de la mujer que acaba de expirar una carta en la que ésta acusa a Hipólito de haberla violado. Teseo maldice a su hijo y Poseidón accede a satisfacer sus deseos, haciendo que Hipólito sea arrastrado por sus caballos a orillas del mar. Llevado moribundo al palacio, Hipólito es defendido por Artemisa y muere reconciliado con su padre.
Hécuba (423). En las costas del Quersoneso tracio, donde los aqueos han acampado tras la destrucción de Troya a la espera de vientos propicios, Hécuba, cautiva de Agamenón, presagia nuevas desventuras. Poco después le arrebatan, en efecto, a su hija Polixena, para sacrificarla sobre la tumba de Aquiles. De nada valen las súplicas de Hécuba a Ulises. El sacrificio tiene lugar y Polixena acepta con orgullosa y serena firmeza la muerte. Poco después el mar devuelve los restos de otro joven hijo de Hécuba, Polidoro, al que sus padres enviaron durante la guerra de Troya junto al rey de Tracia Polinéstor (con el fin de liberarlo de los peligros de la ciudad asediada) y que ha sido asesinado por el propio monarca tracio. El dolor desgarrador de Hécuba por la muerte de Polixena se trueca ahora en feroz deseo de venganza. Conseguida la cómplice neutralidad de Agamenón, atrae a Polinéstor con sus pequeños hijos a su tienda y allí, con ayuda de las mueres troyanas, lo ciega y da muerte a sus hijos. La tragedia concluye con la profecía de Polinéstor, quien vaticina la muerte de Agamenón y de Casandra a manos de Clitemnestra.
Ifigenia en Àulide (406). Por consejo del adivino Calcas, Agamenón ha decidido inmolar a Artemisa a su hija Ifigenia para obtener que se levanten vientos propicios y la flota aquea pueda dirigirse hacia Troya. Ha ordenado que la joven viaje junto con su madre, Clitemnestra, hasta el campamento aqueo, fingiendo querer casarla con Aquiles. Aunque luego se muestra arrepentido, Menelao lo convence nuevamente. Mientras tanto Clitemnestra e Ifigenia, apenas llegadas, descubren el engaño frente al estupor del ignorante Aquiles. Ifigenia es presa de la desesperación, pero cuando ve a Aquiles dispuesto a batirse por ella contra Ulises y con el fin de evitar la lucha fratricida, acepta el sacrificio. Mientras la madre espera bañada en lágrimas el anuncio de su muerte, se presenta un heraldo para contarle que Artemisa ha raptado a Ifigenia y en su lugar yace sobre el ara, degollada, una cierva.
Ifigenia en Táuride (414). Artemisa ha transportado a Ifigenia a Táuride y la ha elegido sacerdotisa de un templo. Allí, de acuerdo con las costumbres de Táuride, donde reina Toante, tiene que presidir el sacrificio sobre el ara de la diosa de todos aquellos extranjeros que ponen sus pies en aquella tierra. Un día le llevan a dos jóvenes recién capturados: su hermano Orestes que, enloquecido por las Erinias tras el matricidio, ha huido de Argos, y su amigo Pílades. Después de numerosas preguntas de Ifigenia -que encuentra odiosa su cruenta ocupación y no piensa más que en su patria Argos- y de una noble lucha entre Orestes y Pílades para que uno de ellos pueda salvarse del sacrificio, los dos hermanos se reconocen y deciden regresar juntos a su patria. Una vez han engañado a Toante, consiguen huir junto con Pílades, llevándose consigo la estatua de Artemisa.

38. Tragedias de Sófocles

Antígona (441). La escena acontece en Tebas. Etéocles y Polinices, hijos de Edipo, se han dado muerte recíprocamente, y Creonte, el nuevo rey, ha ordenado que Polinices sea dejado insepulto. Pero para Antígona, hermana de ambos muertos, las leyes divinas están por encima de las humanas, y transgrede las órdenes del rey. Creonte ordena encerrarla viva en un antro de piedra. Con ella, sin embargo, se ha hecho encerrar sin saberlo su padre el hijo de Creonte, Hemón, prometido de Antígona. Cuando el viejo adivino Tiresias lo reconviene con terribles palabras, el rey, inquieto, ordena abrir el antro, pero Antígona acaba de ahorcarse y Hemón se quita la vida ante los ojos de su padre. Incapaz de soportar el dolor por la muerte de Hemón, Eurídice, su madre, se da muerte a su vez.

Filoctetes (409). El oráculo ha revelado que para tomar Troya es necesaria la ayuda del arquero Filoctetes con el arco prodigioso que le diera Heracles. Pero Filoctetes está lleno de rencor hacia los aqueos que lo abandonaron en la desierta isla de Lemno cuando se hallaba enfermo a causa de una herida, y se niega a seguirlos. Ulises marcha entonces a Lemnos con el joven Neoptólemo, hijo de Aquiles, el cual, fingiéndose enemigo de los aqueos, deberá convencer a Filoctetes para seguirlo. Pero, cuando ya parece haber logrado su propósito, Neoptólemo, presa de una sincera amistad por el desdichado, no tiene corazón para llevar a cabo el engaño y le revela las maquinaciones de Ulises. Filoctetes, a pesar de sentirse conmovido por la lealtad de Neoptólemo, se niega airado a partir. Sólo Heracles, al aparecerse a su amigo, logrará convencerlo para que siga a Neoptólemo a Troya.

Edipo Rey (430-425). Gracias a haber logrado desvelar los enigmas de la Esfinge, Edipo reina en Tebas casado con Yocasta, viuda del rey Layo, y padre de cuatro hijos: Etéocles, Polinices, Antígona e Ismene. La ciudad está siendo devastada por una terrible peste y el oráculo de Delfos ha aconsejado, para alejar el flagelo, descubrir al asesino del rey Layo. A través del adivino Tiresias y de la misma Yocasta se aclara, al fin, toda la concatenación de los hechos ocurridos: Layo y Yocasta confiaron al pastor Pólibo el hijo nacido de ambos, para que lo matase. Habían querido evitar así el cumplimiento de la profecía según la cual el pequeño acabaría por asesinar a su padre. El chiquillo fue, sin embargo, perdonado y resulta ser precisamente Edipo, el cual sabe así que Layo, su padre, es el hombre al que él mismo dio muerte en una refriega en el camino de Tebas. Yocasta, al saber que, además de esposa, es también madre de Edipo, se ahorca horrorizada, y Edipo se arranca los ojos para no ver nunca más el sol, testigo de su crimen. Luego se aleja de Tebas confiando sus hijos y el reino a su cuñado Creonte.

Edipo en Colono (406). Al demos de Colono, próximo a Atenas, en el bosque sabrado de las Euménides, llega Edipo anciano y ciego, bajo la guía de su hija Antígona. Salen a su encuentro varias personas: su hija Ismene, que le refiere la disputa surgida entre Etéocles y Polinices; Teseo, rey de Atenas, que acoge benévolamente a Edipo; su cuñado Creonte, que querría hacerlo volver nuevamente a Tebas; y Polinices, que anuncia su intención de pelearse con Etéocles, en vano reprendido por las hermanas. En el trueno que estalla de repente Edipo reconoce, mientras tanto, la señal -vaticinada por el oráculo- de su muerte próxima: se adentra en el bosque con Teseo y luego desaparece de forma misteriosa.

Electra (413). La escena tiene lugar en los confines de la Argólida, en casa del campesino Auturgo al que Electra, hija de Agamenón y Clitemnestra, ha sido entregada como esposa por su madre y por Egisto, el nuevo marido de ésta y su cómplice en el asesinato de Agamenón. Electra se muestra casi resignada y adaptada ahora ya a su humilde condición, gracias también al noble comportamiento de su esposo; mas su furor se excita nuevamente con la llegada inesperada de su hermano Orestes, acompañado del fiel Pílades. Junto con un viejo eslavo que fuera ayo de Agamenón, los dos hermanos planean vengarse. Orestes parte. Un mensajero anunciará poco después que, según los planes, el joven ha dado muerte a Egisto mientras éste se hallaba ocupado en un sacrificio. Cuando vuelve, trayendo consigo el cuerpo de Egisto, Orestes siente el ánimo oprimido por el delito apenas cometido; Electra lo alienta y lo hace entrar en casa, donde deberá llevar a su término la venganza. Se presenta, en efecto, Clitemnestra, atraída por Electra con el falso anuncio de una reciente maternidad suya, y es introducida en la casa. Es aquí donde Orestes, aunque renuente y horrorizado de sí mismo, la mata. Sobre la casa del crimen se posan los Dioscuros, los divinos parientes de Clitemneestra, que exhortan a ambos matricidas a que abandonen Argos.

37. Tragedias de Esquilo

Los Persas (472 a.C.). La escena tiene lugar en Susa, Persia, junto a la tumba de Darío. Ante los ancianos del consejo del Gran Rey, inquietos por la falta de noticias sobre la expedición de Jerjes contra la Hélade, se presenta la reina madre Atosa, viuda de Darío, para comunicarles dos funestos presagios. Llega, en esto, un mensajero para anunciar que el ejército persa ha sido aniquilado en Salamina, y que Jerjes se halla de camino de regreso. Atosa y los consejeros invocan a la sombra de Darío. Darío, después de aparecer explica que se han hecho oráculos que le son conocidos, y, lanzando una admonición contra las intenciones de conquistar Europa, vaticina la derrota de Platea. Su hijo ha presumido demasiado, deben exhortarlo a la cordura. Mientras el coro llora la gloria del imperio bajo el prudente Darío, llega Jerjes harapiento y sombrío.
Los siete contra Tebas (467 a.C.). Etéocles, hijo de Edipo, reina en Tebas, la de las siete puertas. anuncia a su pueblo que, de acuerdo con una profecía del adivino Tiresias, Tebas será asaltada esa misma noche. Entre tanto, un emisario que ha asistido en el campamento enemigo al juramento de los siete guerreros que encabezarán el asalto a las puertas de la ciudad, ha reconocido entre ellos a Polinices, el hermano del rey. Será el propio Etéocles quien defienda, durante la batalla, la séptima puerta contra Polinices: Tebas es salvada, pero los hermanos se han dado muerte recíprocamente. Los nuevos señores de Tebas prohíben que el traidor Polinices sea sepultado, pero Antígona, hermana de los muertos, convence con apasionadas palabras a su más débil hermana Ismene, y a una parte de los presentes, para que honren con ella el cadáver de Polinices.
Prometeo encadenado. En las montañas de Escitia, Hefesto, con la ayuda de Cratos y Bía, personificaciones del Poder y de la Fuerza, ha encadenado al titán Prometeo a una roca, siguiendo las órdenes de Zeus. Junto a Prometeo, que ha sido dejado solo, llegan divinidades amigas: en primer lugar, las Oceánidas, hijas de Océano y de Tetis, luego el propio Océano. También la mortal Ío, hija de Ínaco, detiene el eterno errar al que le sometió Hera para interrogar a Prometeo. Éste, negándose a dejar de maldecir contra Zeus, refiere el motivo de su rebelión: osó defender a los hombres del odio de Zeus, y les dio el fuego para que aliviaran con él su mísera vida. Cuando profetiza la futura caída de Zeus, acude Hermes, y en medio de un inmenso cataclismo Prometeo es precipitado en un barranco.
La Orestíada (458).
Agamenón. Troya ha caído y Agamenón regresa victorioso a su palacio de Argos. Sale a recibirlo su esposa Clitemnestra, que simula sentirse contenta con su llegada, pero que en realidad ha dispuesto desde antes vengar atrozmente la muerte de su hija Ifigenia, sacrificada por su esposo a los dioses la víspera de la expedición contra Troya. Entre los prisioneros se encuentra la profetisa Casandra, hija del rey Príamo: adivinando (sin ser creída por los presentes) las maquinaciones de Clitemnestra, entra reluctante en palacio. De allí a poco, en efecto, con la ayuda de su amante Egisto, la reina mata a Casandra y Agamenón. Pero el coro de ancianos, sobrecogido, anuncia a Clitemnestra la inminente venganza de su hijo, Orestes.
Las Coéforas. Orestes, hijo de Agamenón, ha llegado secretamente a Argos, junto con su amigo Pílades. Se da a conocer, junto a la tumba de su padre, a su hermana Electra, que ha ido hasta allí con sus esclavas las Coéforas, al objeto de celebrar los ritos funerarios para calmar la ira de la sombra de Agamenón. Conjuntamente traman venganza contra su madre. Con la complicidad de las Coéforas, Orestes se introduce en el palacio disfrazado y mata a Egisto: acto seguido, después de revelarle su verdadera identidad a Clitemnestra, ésta cae bajo sus golpes. Consumado el matricidio, Orestes es presa del horror y se siente perseguido por las erinias. Entonces decide acercarse al santuario de Apolo, en Delfos, para reclamar ayuda al dios.
Las Euménides. En Delfos, delante del templo, Orestes se ve rodeado por las doce implacables Erinias, pero a su lado tiene a Hermes y a Apolo. En un momento en que se han adormecido, Apolo aconseja a Orestes dirigirse a Atenas. Mas del Hades surge la sombra de Clitemnestra para despertar a las Furias, que persiguen a Orestes hasta la Acrópolis. Él suplica a Atenea, prometiéndole que Argos será aliada de atenas, y la diosa confía el juicio de la disputa entre Orestes y las Erinias a un consejo de sabios (Areópago). El número de votos obtenido por ambas partes es el mismo, pero Orestes es absuelto gracias al voto de Atenea, que viene a sumarse a los que son favorables. La diosa convence a las Erinias para que acepten el veredicto: una vez éstas se han convertido en seres benévolos (Euménides), son acompañadas en cortejo a una nueva mansión que el pueblo ateniense les ha destinado para que puedan ser veneradas en ella.

Comentarios, 2: Ilíada

Pertenece al género de la épica, y cuenta los acontecimientos que ocurren en Ilión (Troya); habla de hazañas de los héroes que intervienen. Cabe mencionar que es una obra trágica, en la que todo personaje tiene un destino que no se puede cambiar, tanto Aquiles, cuya tragedia es ser orgulloso y altruista, como demuestra en el capítulo IX, cuando Ulises intenta convencerle de que luche con los griegos pero Aquiles se mantiene firme en su decisión, ya que Agamenón le ha quitado a Briseida y hasta que no se la devuelva no luchará, como, por otra parte, Héctor, un noble caballero que tiene que cargar con la responsabilidad del hermano mayor, y defender a su hermano pequeño Paris, al tomar este decisiones equivocadas. Héctor se hará cargo a pesar de que él no quiera. La tragedia de Paris, como se ve en el texto III, es por anteponer el deseo a las obligaciones. Después de haber huido como un cobarde, pide a Helena ir a la cama, cuando esta le reprocha las acciones cometidas. Pero desde mi punto de vista el personaje más trágico de esta obra es Andrómaca, esposa de Héctor, que a mi parecer tiene una doble tragedia, es decir, ella no quiere que su marido, Héctor, luche más, y él tampoco quiere, pero tiene que hacerse cargo de las acciones de Paris, y por  lo tanto no depende de su decisión ni de la de su marido. Aún más terrible es que, como cuenta el texto VI, como ella misma explica, toda su familia murió a manos de Aquiles, al igual que morirá  su marido, dejándola viuda y a su hijo huérfano.

Nuria García Borrego

jueves, 6 de octubre de 2011

Comentarios, 1: Ilíada

La Ilíada es una obra que encuadramos dentro del primer género literario, la épica, que originalmente era oral y que, al pasarse por escrito, pasó a repartirse en torno a dos tomos principales, como son la Ilíada y la Odisea. El que hoy me ocupa, como bien ilustra el título, es el de la Ilíada, tomando la ciudad de Troya como escenario. Troya es el gran mito de la catástrofe, dado que las invasiones vividas por los troyanos se vieron como un cataclismo entre sus habitantes. Los poemas épicos que componen la Ilíada cuentan hazañas de héroes que, en realidad, son marionetas en manos de los dioses que, al tener conflictos entre sí, conceden la fortuna y la desventura a los diferentes personajes. Éstos siempre se mueven en la dialéctica de la afrenta y la venganza. Estos personajes, además,  no tienen un carácter heterogéneo, es decir, ni son completamente buenos, ni tampoco del todo malos, se ven envueltos en circunstancias de las que no pueden escapar; de ahí que formen parte de la tragedia, actúen del modo en el que actúen, nada podrá salvarlos de su inevitable destino trágico.

En esta obra tenemos varios ejemplos de esto que llamamos su propia tragedia buscada por ellos mismos, como es el caso de Héctor. Ante los ojos del lector se presenta como un héroe fornido e imbatible, sin moral alguna a la hora de despedazar a sus adversarios y, sin embargo, le pierde su marcado sentido de la responsabilidad, ya sea suya o de su hermano Paris, quien representa, por su parte, al hombre cobarde que, en un acceso de valentía, se entrega a su destino trágico, a la muerte tardía.

Raquel Suela

domingo, 2 de octubre de 2011

36. La peste de Atenas

No hacía aún muchos días que estaban allí cuando comenzó a declararse la epidemia entre los atenienses; se dice que había atacado ya antes muchos lugares, Lemnos entre otros, pero una plaga tan terrible y una tal mortandad de gente no se recordaba en ninguna parte. Los médicos, que no la conocían y la trataban por primera vez, no podían hacer nada contra ella, sino que ellos mismos eran sus primeras víctimas, pues eran los que más se acercaban a los enfermos, y tampoco valía otra ciencia humana. Hicieron plegarias en los templos, consultaron oráculos y recurrieron a prácticas semejantes, pero todo fue inútil y acabaron por renunciar, vencidos por el daño. El mal comenzó primero, según dicen, en Etiopía, más arriba de Egipto; descendió después a Egipto, a Libia y a la mayor parte del imperio del Rey. En Atenas cayó de improviso y primero atacó a la población del Pireo; por esto corrió el rumor de que los peloponenses habían tirado veneno en los pozos, ya que allí aún no habían fuentes. En seguido llegó a la ciudad alta y entonces la mortandad fue mucho mayor. Sobre esta epidemia, cada cual, médico o profano, diga según su parecer, cuál fue el origen probable y cuáles las causas que cree de fuerzas suficientes para provocar perturbación tan grande. Yo, por mi parte, diré sus características y mostraré sus síntomas a vista de los cuales, si volviese a sobrevenir, teniendo una idea previa, mejor se podría diagnosticar.
Porque yo mismo padecí la enfermedad y vi a otras personas afectadas por ella. Aquel año, según reconocía todo el mundo, fue un año exento de las enfermedades ordinarias, y si había algunos casos todos se resolvieron en esto. Pero en general sin ninguna causa manifiesta, sino de repente, los que estaban buenos, de buenas a primeras les venían unos fuertes fiebres de cabeza, rojez e inflamación en los ojos, y, por dentro, la garganta y la lengua inmediatamente se inyectaban de sangre, la respiración era irregular y el aliento, fétido. Después de estos síntomas sobrevenían estornudos y ronquera y en no mucho tiempo el mal bajaba al pecho y luego producía una fuerte tos.
Cuando se fijaba en el estómago lo revolvía y seguían todos los vómitos de bilis que han especificado los médicos, acompañados de un gran malestar. A la mayor parte de los enfermos les vino también dolencia sin vómitos, que producía violentos espasmos, que en unos cesaban inmediatamente y en otros mucho después. Por fuera, el cuerpo no era muy caliente al tacto ni tampoco estaba pálido, sino rojizo, lívido y lleno de pequeñas úlceras; pero por dentro escocía tanto que los enfermizos no podían soportar el contacto con los vestidos y sábanas más ligeras, ni estar de otro modo sino desnudos, y con gran anhelo se hubieran sumergido en agua fría. Y así lo hicieron tirándose en los pozos, muchos que no estaban vigilados, acometidos por una sed inextinguible; pero era igual beber mucho que poco. Además la falta de reposo les daba una angustia continua. El cuerpo, mientras duraba la enfermedad, no se marchitaba sino que resistía desesperadamente el malestar; de manera que, o bien la mayoría morían a los nueve o siete días consumidos por el fuego interno cuando aún tenían fuerzas, o bien escapaban a este término el mal bajaba hacia el vientre y producía una laceración violenta acompañada de una diarrea rebelde a consecuencia de la cual la mayoría sucumbían de debilidad. El mal, fijado primero en la cabeza, comenzando por arriba, recorría todo el cuerpo, y los que sobrevivían a sus más graves ataques quedaban con señales de ello en las extremidades, porque atacan los órganos genitales, las puntas de las manos y pies, y muchos salieron del trance perdiendo estos miembros y algunos hasta los ojos. A otros, cuando se restablecían, les sorprendía un olvido de todo y no se conocían a sí mismos ni a sus amigos.
El carácter general de la enfermedad es imposible de describir, y sus ataques eran de una violencia que la naturaleza no resiste, pero sobre todo lo siguiente demostró que todo esto era diferente a todas las afecciones ordinarias: los pájaros y cuadrúpedos que se alimentan de carne humana, entonces cuando había muchos cuerpos sin enterrar, o no se acercaban, o si los probaban, morían. Y la prueba: la desaparición de estas aves de rapiña fue manifiesta, y no se les veía junto a los cadáveres, ni en ninguna otra parte. Los perros, que conviven con el hombre, permitían mejor la observación de los efectos. Dejando aparte otras muchas particularidades, ya que cada una era diferente de la otra, tales fueron en conjunto, las características de la enfermedad. Y durante aquel tiempo no se hizo sentir otra enfermedad habitual; y la que se presentaba acababa en ésta. Unos morían por abandono y otros, a pesar de todas las atenciones. No se encontró casi ni un solo remedio que se pudiese aplicar con segura eficacia, pues lo que iba bien a uno perjudicaba al otro.
Ninguna constitución, fuese robusta o débil, se mostró capaz de resistir el mal, sino que a todas indistintamente las arrebataba cualquiera que fuese el régimen seguido. Pero lo más terrible de toda la enfermedad era el desánimo de quien se sentía enfermo, porque abandonándose a la desesperación mucho más fácilmente y no intentaba resistir, y también el hecho de que, contagiándose los unos atendiendo a los otros, morían como ovejas. Esto causaba más mortandad. Ya que, si por miedo no se querían visitar unos a otros, los enfermos morían abandonados, y muchas casas quedaron vacías porque nadie se preocupaba de ellas. Sucumbían los que presumían de sentimientos humanitarios. Por pundonor no se quejaban, entrando de los amigo, cuando hasta los familiares, vencidos por el exceso del mal, acababan por cansarse de los lamentos de los moribundos. No obstante, los que se habían salvado de la enfermedad eran los que más se apiadaban del moribundo y del enfermo, porque tenían experiencia y se sentían ya seguros; y es que el mismo hombre no era atacado dos veces por el mismo mal. Y recibiendo las felicitaciones de los demás, ellos mismos, en el exceso de la alegría del momento, tenían para el porvenir la vana esperanza de que ya no morirían nunca más de otra enfermedad. Acentuó la angustia para los atenienses, en medio de la calamidad presente, la evacuación de los campos a la ciudad, sobre todo para los refugiados. Pues como no habían casas para ellos y Vivían, en pleno verano, en barracas hacinadas, la mortandad se producía se producía en medio de la confusión; mientras iban muriendo quedaban, ya cadáveres, unos sobre otros, y se arrastraban medios muertos por las calles y junto a todas las fuentes por anhelo de agua. Los templos estaban llenos de cadáveres de los que allí mismo morían, porque la violencia del azote era tal que los hombres no sabiendo que sería de ellos, tendían a no hacer caso de la religión ni de la decencia.
Todas las costumbres que antes se observaban en los entierros fueron trastornadas y enterraban a cada cual como podían. Muchos, por falta de lo necesario, pues habían tenido ya muchos muertos, recurrían a modos de enterrar indecorosos. Unos depositaban sus muertos sobre piras que no eran suyas, anticipándose a los que las habían construido, y les prendían fuego; otros tiraban al muerto que llevaban sobre otro, que ya ardía, y se iban. La plaga introdujo también en la ciudad otros desórdenes más graves. La gente buscaba, con especial osadía, placeres que antes se ocultaba, porque veían tan bruscos los cambios en los ricos, que morían súbitamente, y de los que antes no tenían nada y que de repente adquirían los bienes de los muertos. Y así, considerando igualmente efímeras la vida y la riqueza, creían que se habían de aprovechar rápidamente y con afán. Nadie tenía el ánimo para preservar en un nombre propósito por la incertidumbre de si moriría antes de poder alcanzarlo. El placer inmediato y todos los medios que a él conducen, se constituyó en lo bello y en útil. Ni el temor a los dioses, ni a la ley humana les retenía, porque al ver que todos morían indistintamente, creían que era igual honrar a los dioses como no hacerlo, y por otra parte nadie esperaba vivir hasta que se hiciese justicia y recibir el castigo de sus delitos. Más grave era la sentencia dictada que pendía ya sobre sus cabezas, y antes que cayese, era natural que sacasen algún provecho de la vida.
Tal era la pesadumbrante calamidad que había caído sobre los atenienses: dentro de la ciudad la gente moría, y fuera, se devastaba el territorio. En medio de la desgracia, como es natural, entre otras cosas se acordaron de este verso, que los más viejos debían haber oído cantar hace tiempo: Vendrá la guerra dórica y con ella la peste Es verdad que surgió una discusión sobre si no era loimós (peste) la palabra usada en el antiguo verso, sino limós (hambre), pero dadas las circunstancias, prevaleció la opinión que era peste, pues la gente conformaba el recuerdo a los males que sufría. Pero si jamás vuelve a estallar una nueva guerra dórica después de ésta y acontece una plaga de hambre, probablemente recitarán el verso en este segundo sentido. Los que lo conocían trajeron también a colación el oráculo dado a los lacedemonios cuando al preguntar al dios si habían de ir a la guerra, les respondió que la victoria sería de ellos si combatían con todas sus fuerzas y les dijo que él, el dios, se pondría de su lado. Se imaginaban pues que los acontecimientos correspondían al oráculo, porque la epidemia se declaró acto seguido que los peloponenses hubieran invadido el Ática, y no penetró en el Peloponeso, al menos en forma digna de mención, sino que produjo sus mayores estragos en Atenas y después en las otras localidades más pobladas. Esta es la historia referente a la epidemia.

Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso.

35. Historia de Rampsinito

Cuentan que este rey poseyó tanta riqueza en plata que ninguno de los reyes que le sucedieron llegó a sobrepasarle, ni siquiera a acercársele. Queriendo guardar en seguro sus tesoros, mandó labrar un aposento de piedra, una de cuyas paredes daba a la fachada del palacio. El constructor, con aviesa intención, discurrió lo que sigue: aparejó una de las piedras de modo que pudieran retirarla fácilmente del muro dos hombres o uno solo. Acabado el aposento, el rey guardó en él sus riquezas. Andando el tiempo, y hallándose el arquitecto al fin de sus días, llamó a sus hijos (pues tenía dos) y les refirió cómo había mirado por ellos, y cómo al construir el tesoro del rey había discurrido para que pudieran vivir en opulencia; y después de explicarles claramente lo relativo al modo de sacar la piedra, les dio sus medidas, y les dijo que si seguían su aviso serían ellos los tesoreros del rey. Cuando murió, sus hijos no tardaron muchos en poner manos a la obra. Fueron al palacio de noche, hallaron en el edificio la piedra, la retiraron fácilmente y se llevaron gran cantidad de dinero. Al abrir el rey el aposento, se asombró de ver que faltaba dinero en las tinajas y no tenía a quien culpar, pues estaban enteros los sellos y cerrado el aposento. Como al abrir por segunda y tercera vez el aposento siempre veía mermar el tesoro, porque los ladrones no cesaban e saquear, hizo lo siguiente: mandó hacer unos lazos y armarlos alrededor de las tinajas donde estaba el dinero. Los ladrones volvieron como antes, y así que entró uno y se acercó a una tinaja, quedó al punto cogido en el lazo. Cuando advirtió en qué difícil trance estaba, llamó en seguida a su hermano, le mostró su situación y le pidió que entrase al instante y que le cortase la cabeza, no fuese que, al ser visto y reconocido, hiciese perecer también a aquél. Al otro le pareció que decía bien, le obedeció y así lo hizo; y después de ajustar la piedra, se fue a su casa llevándose la cabeza de su hermano. Apenas rayó el día, el rey entró en el aposento y quedó pasmado al ver que en el lazo estaba el cuerpo descabezado del ladrón , el edificio intacto, sin entrada ni salida alguna. Lleno de confusión hizo esto: mandó colgar del muro el cadáver del ladrón y poner centinelas con orden de prender y presentarle aquél a quien vieran llorar o mostrar compasión. La madre del ladrón llevó muy a mal que el cadáver pendiese, y dirigiéndose al hijo que le quedaba, le mandó que se ingeniase de cualquier modo para desatar el cuerpo de su hermano y traerlo; y si no se preocupaba en hacerlo, le amenazó con presentarse ella misma al rey y denunciar que él tenía el dinero. El hijo, vivamente apenado por su madre, y no pudiendo convencerla por mucho que dijese, trazó lo que sigue: aparejó unos borricos, llenó odres de vino, los cargó sobre ellos y los fue arreando. Cuando estuvo cerca de los que guardaban el cadáver colgado, él mismo tiró las bocas de dos o tres odres, deshaciendo las ataduras; y al correr el vino empezó a golpearse la cabeza y a dar grandes voces como no sabiendo a qué borrico acudir primero. A la vista de tanto vino, los guardas del muerto corrieron al camino con sus vasijas, teniendo a ganancia recoger el vino que se derramaba. Al principio fingió enojo y les llenó de improperios; pero como los guardas le consolaban, poco a poco simuló calmarse y dejar el enojo, y a l fin sacó los borricos del camino y ajustó sus pellejos. Entraron en pláticas y uno de los guardas chanceándose con él le hizo reír y el arriero les regaló uno de sus odres. Ellos se tendieron allí mismo, tal como estaban, no pensando más que en beber, y le convidaron para que les hiciese compañía y se quedase a beber con ellos.
Él se quedó sin hacerse de rogar, y como mientras bebían le agasajaban muy cordialmente, les regaló otro de los odres. Bebiendo a discreción, los guardas quedaron completamente borrachos y vencidos del sueño, y se durmieron en el mismo lugar en que habían bebido. Entrada ya la noche, el ladrón desató el cuerpo de su hermano, y por mofa, rapó a todos los guardias la mejilla derecha, colocó el cadáver sobre los borricos y se marchó a su casa, cumplidas ya las órdenes de su madre. Al dársele parte al rey de que había sido robado el cadáver del ladrón, lo tomó muy a mal; pero deseando encontrar a toda costa quién era el que tales trazas imaginaba, hizo lo que sigue, cosa para mí increíble: puso a su propia hija en el lupanar, encargándole que acogiese igualmente a todos, pero que antes de unirse con ellos les obligara a contarle la acción más sutil y más criminal que hubiesen cometido en su vida; y que si alguno le refería lo que había pasado con el ladrón, le prendiese y no le dejase salir. La hija puso por obra las órdenes de su padre y, entendiendo el ladrón la mira con que ello se hacía, quiso sobrepasar al rey en astucia e imaginó esto: cortó el brazo, desde el hombro, a un hombre recién muerto, y se fue llevándoselo bajo el manto; cuando visitó a la hija del rey y ésta hizo la misma pregunta que a los demás, contestó que su acción más criminal había sido cortar la cabeza a su mismo hermano, cogido en el lazo del tesoro del rey, y su acción más sutil la de emborrachar a los guardias y descolgar el cadáver de su hermano. Al oír esto, la princesa asió de él, pero el ladrón le tendió en la oscuridad el brazo del muerto. Ella lo apretó creyendo tener cogido al ladrón por la mano, mientras éste, dejándole el brazo muerto, salió huyendo por la puerta. Cuando se comunicó esta nueva al rey, quedó pasmado de la sagacidad y audacia del hombre. Finalmente, envió un bando a todas las ciudades para anunciar que le ofrecía impunidad y le prometía grandes dádivas si comparecía ante su presencia. El ladrón tuvo confianza y se presentó. Rampsinito quedó tan maravillado que le dio su misma hija por esposa como al hombre más entendido del mundo, pues los egipcios eran superiores a los demás hombres, y él, superior a los egipcios.

Heródoto de Halicarnaso, Historias